EL TRIUNFO DEL FRACASO: sobre LOS OJOS DE LENA. 

“Los ojos de Lena” es la última obra de la llamada Trilogía Final de Teatro La Provincia que, como menciona su director Rodrigo Pérez, ensaya una de las tantas maneras de cómo el teatro fracasa (hoy). Bajo la dramaturgia de Leyla Selman, el drama transgrede las fronteras de ficción y realidad para presentarnos una pesquisa policial que, si bien ocurre lejos, nos trae de vuelta a una reflexión cercana de nuestros propios desaparecidos y su imposibilidad de descanso.

Sentados en unas sillas de utilería, de esas que se encuentran en cualquier teatro o centro recreativo, esperando al público tranquilamente para ser sorprendidos con una referencia nerudiana (titilan azules los focos en el techo), la obra nos sumerge en una atmósfera sonora y lumínica que aborda fallidamente el texto de “Las Troyanas” de Eurípides. Se nos hace efectivo el aparecimiento de un Poseidón con tridente de cartón que, con voz portentosa, nos manifiesta su lamento por la caída de Troya, derrotada recientemente por los aqueos. En dicho proceso, se lleva a cabo el saqueo a la ciudad, la destrucción de templos y el sorteo de sus mujeres para devenir esclavas. El drama griego no avanza más que sus primeros diálogos para verse frustrado a causa de la imposibilidad de una actriz en hacer su papel: Catalina Saavedra.

Poseidón nos anuncia que antes de llamarse esta obra “Los ojos de Lena”, se llamaba “Los ojos de Helena”, precisamente por la tragedia griega. Aquel cambio de nombre radica en un hecho por lo demás digno de curiosidad. El síntoma de una tristeza que embargaría a Saavedra extrañamente después del estreno de otra obra develó algo más que solo una afectación profesional de su proceso creativo. Al llegar a la conclusión de que aquella pena no le pertenecía, entonces nos desplazamos en el tiempo hasta toparnos con la obra “Los perros” de Elena Garro estrenada en Teatro UC el año 2012. Abordando la violencia de género, la obra nos cuenta la triste historia de Úrsula, una niña de 12 años que es raptada, y su madre Manuela, interpretada por Saavedra. Ahora bien, curiosamente el día 14 de junio de 2012 cuando se presentaba la obra en Chile, otra madre en otra parte del mundo dejaba de buscar a su hija, también de 12 años y que había sido raptada por un asesino serial: Andréi Chikatilo.

Sea ficción o realidad el punto de encuentro entre ambos casos, el montaje nos propone hasta aquí la recuperación de un uso sagrado del teatro: su función mediadora entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Esta idea precede la instalación del teatro griego en cuanto tal, ya con una categoría representativa de las imágenes, es decir, que generan una cierta distancia con sus receptores. Hauser en su libro Historia Social del Arte y la Literatura, nos propone la figura del artista neolítico como un mago que fluctúa entre las figuras del mago-vulgar y el médico-brujo, todos liberados de la obligación de buscar alimento para la tribu. Esto les permitía una suerte de existencia ociosa invertida en especialidades improductivas, entre ellas, la del arte sepulcral. En particular, podríamos citar aquí las danzas corales mágico-mímicas destinadas, entre todas sus funciones, al culto de los muertos. En este sentido, como ya hemos mencionado en la crítica que hicimos a “Edipo stand up tragedy”, el hecho de que el teatro no sirva para nada no es el verdadero problema, sino su carencia de sentido, la pérdida de su capacidad formuladora de relato. “Nosotros cuando estamos aquí es porque queremos comunicarnos”, nos dice un actor y continúa: “Los que ya no están y que necesitan comunicarse también: ese es el asunto hoy”.

En términos formales, la puesta en escena mantiene una continuidad con sus “fracasos” anteriores, en donde vemos un teatro sino deshabitado, en proceso de abandono, con aquellas mismas sillas de utilería, la misma bola disco y también la referencia a un personaje que pareciera estar en dos obras simultáneamente: Antígona. Su presencia nos permite pensar en el devenir cómico de la tragedia hoy como constelación de un desterrado que busca autorizarse morir en el teatro-lugar sagrado, aunque este pareciera ya no cumplir su promesa purgadora. Por otro lado, la producción del efecto de nieve a partir de papel picado con un ventilador evidencia el recurso ilusorio que, al igual que la mezcolanza de cantos, forman un verdadero treno compensatorio de dicha aparente ausencia de milagros, a la par de la musicalidad tecnológica y sus trucos programados.

Blasfemia VIII

Ciertamente, un montaje en el cual participa una de las actrices más aclamadas por la crítica nacional e internacional no puede ser llamado, indiferentemente, como “fracaso”. Y aunque sepamos que aquel verbo intransitivo hace referencia a un aspecto simbólico de los propios fines que una generación le otorgó al teatro, preferimos presenciar en él, en realidad, un arco de la derrota que se consolida a la larga como una especie de triunfo. Aunque ese triunfo solo esté sujeto a su capacidad de hacer aparecer la tragedia hoy. En este sentido, el hecho de que no sea posible hacer una obra porque una actriz no supo cómo cerrar un proceso creativo es reflejo de un devenir cómico de la tragedia que podría haber funcionado, pero que no logra comprenderse a cabalidad, sobre todo en contraste con el primero de sus “fracasos”.

Por otro lado, se nos dice que el teatro no hace milagros, es decir, que el teatro no muestra ni es capaz de mostrar lo sobrehumano sino, por así decirlo, lo “demasiado humano” y que, como si alguna vez lo hubiese hecho, ese es su fracaso. Sin embargo, en este sentido, ¿aquel deslumbramiento de una humanidad en demasía no correspondería sino a una especie de milagro? ¿Dónde, sino más que en el teatro, podría darse tal aparecimiento? En la interpretación de Saavedra vimos tanto los ojos de Lena como también los movimientos de sus pies y la manera en que mordía sus labios; eso es más que suficiente para decir que ha ocurrido un milagro.

FICHA TÉCNICA: Dramaturgia: Leyla Selman | Dirección: Rodrigo Pérez | Elenco: Catalina Saavedra, Francisca Márquez, Francisco Ossa, Marco Rebolledo, Jaime Leiva y Guillermo Ugalde | Diseño de iluminación y vestuario: Catalina Devia | Diseño visual y asistente técnico: César Erazo Toro | Música: Guillermo Ugalde | Producción: Teatro La Provincia y Teatro La Memoria | Comunicaciones y diseño gráfico: Fogata Cultura | Fotografías: Catalina Córdova

Por: IGNACIO BARRALES-PARRA. Magister (c) en Artes, mención Teoria e Historia del Arte. U. De Chile.

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