LA(S) POSIBLE(S) LUCHA(S) DE HOY: APOSTILLAS SOBRE LA COMPAÑERA

Lo familiar y lo ominoso atraviesan la obra La Compañera de la compañía Malamadre en un ejercicio de memoria y justicia social que no deja indiferente a nadie. Bajo la dirección de Carla Romero e interpretada por Mariana Muñoz y Claudia Cabezas, la puesta en escena nos permite sumergimos en un relato que la Historia Oficial ha pretendido invisibilizar/minimizar: el de Cecilia Magni, alias comandante Tamara.

 La obra presenta la fábula de dos compañeras de curso que deben realizar un trabajo para el colegio: disertar sobre un héroe de la patria. Sin tiempo que perder, una de ellas propone hacerlo sobre su madre, ni más ni menos que la mismísima militante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. En una curiosa disputa entre establecer cuál mamá es mejor que la otra y, por tanto, merecedora de ser expuesta ante sus compañeros, deciden hacer la biografía de Magni. “Tu mamá lava la loza –dice-, la mía mata… con sentido”. El argumento lapidario de enaltecer a una mamá por sobre otra en la medida de su “labor revolucionaria” deja entrever un hálito de inocencia propio de un discurso que hoy parece obsoleto. El derecho a la rebelión, que se presenta como un factor irrevocable en el establecimiento de cualquier tiranía, es sin embargo lo que se rescata de aquello.

En la persistencia del color rojo que la iluminación despliega en sus múltiples formas, la caricatura de una apología marxista y, con ello, el enmarcar la obra en una puesta de propaganda comunista, se manifiesta en un sentido más bien intuitivo y esencial: el color rojo siempre ha estado allí donde se producen cambios. “El fuego es rojo y el fuego cambió la historia”, nos dice la hija de la heroína (Muñoz). Es, no obstante, su cualidad psicológica la que otorga aquello que para Freud era una suerte de espanto que afecta a las cosas conocidas: lo ominoso (unheimlich). Para el famoso psicoanalista, las condiciones bajo las cuales las cosas familiares pueden tornarse siniestras (ominosas) no solo son determinadas por su novedad y desacostumbramiento, sino que necesitan de otro factor: aquello que, debiendo haber sido oculto, se ha manifestado.

De este modo, lo que en secreto debió haberse quedado aparece a través de la técnica. La máquina de humo que expulsa su contenido caliginoso envolviendo a las alumnas en una bruma que cobra vida materializa, en una actividad destructiva, el claroscuro de toda vida heroica. La urdimbre de diálogos íntimos mediante remembranzas familiares despiertan, por ello, lo siniestro solapado bajo los estandartes de la libertad y la justicia social: una madre ausente y una hija desconsolada. De entre la bruma, Muñoz abre las puertas del teatro mientras se escucha una marcha avanzando, pero nadie entra ni sale. Comprendemos, entonces, que los lugares de visibilidad aptos para Cecilia Magni fluctúan entre una reproducción incesante de un discurso que se desmorona y la abrumadora nostalgia de la imposibilidad de toda lucha, de todo cambio sustancial. Ante eso, empero, nos queda la memoria: un montón de cosas que nos sirven para recordar: un par de capuchas, una radio antigua, una guitarra de palo, una caja metálica con más cosas dentro.  

Otro momento significativo, en este sentido, es el que ejecuta Cabezas al interpretar a una amiga relativamente cercana, excompañera de colegio, de Magni. Bajo un cenital en la oscuridad del teatro, dando lugar a las sombras, da testimonio de la vida de aquella muchacha rebelde, no muy distinta a cualquier otra adolescente del Grange School. De tal forma que, así como se tuvo que tener la posibilidad para aprender, igualmente pareciera ser la condicionante de todo revolucionario. Ergo, el argumento lapidario de la madre que solo lava la loza en contraposición con la que usa una M-16 por amor a la patria cae, una vez más, por su propio peso. El carácter mártir, no obstante, de los comandantes y dirigentes máximos de la Guerra Patriótica Nacional no dan espacio a discusión alguna respecto a su calidad heroica. En escena se intenta relatar la autopsia de Magni, pero los hechos son insoportables y lo ominoso se asoma nuevamente, ahora desde la corrupción del Poder estatal. Al menos algo nos queda claro: la culpa no fue del río.

Blasfemia V

¿Cuántos niño/as no desearon en su infancia tener como padre/madre un (súper)héroe? Ciertamente, ambas cosas no son compatibles: ni padre ni héroe al mismo tiempo, así como ni madre ni heroína. Sin embargo, su anhelo deja al descubierto el trasfondo de una obra que nos enseña el sacrificio de quienes han hecho de sus vidas ideas de carne y hueso.

Combatir el modelo heredado por la Dictadura de Pinochet hoy parece imposible, y en la dramaturgia aquello no queda claro, consolándonos sin más con la pregunta: “¿Por qué hoy no se puede luchar?”. No obstante, es en el terreno de la percepción en donde nos parece se presenta una opción de lucha. La bruma rojiza habla por sí sola, insiste, y nos invita a ver en ella lo que en otros casos no. Como dijo W. Benjamin: “Tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo si éste vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer”.

FICHA ARTÍSTICA Dramaturgia: Laura Agorreca y Carla Romero. Dirección: Carla Romero M. Elenco: Mariana Muñoz y Claudia Cabezas. Diseño Sonoro: Guillermo Eisner. Diseño: Belén Abarza. Iluminación: Tobías Díaz y Eduardo Cerón. Asistencia de Producción: Tifa Hernández. Difusión y redes: Lorena Álvarez.

Por: IGNACIO BARRALES-PARRA. Magister (c) en Artes, mención Teoría e Historia delArte U. De Chile.

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