LA CUARTA PARED

Un texto olvidado nos recuerda las raíces expresivas del arte escénico. El fisgoneo es una actitud que surge junto con la vida privada, con la necesidad que tenemos de ocultar algo de lo que somos a los ojos de los otros. A veces a nuestros propios ojos torturados por una conciencia culpable. “Ver la paja en el ojo ajeno”, esa es la consigna. Pero también ver lo que los otros hacen en su intimidad es motivo de una curiosidad que parece latir más fuerte en la medida que aquello que se oculta sea más férreo. Todos espiamos a todos alguna vez, como han dicho los WikiLeaks y antes lo afirmara Hitchcock en “La ventana indiscreta” (1954). 

Cuando vamos al teatro nos sentamos a ver un trozo de la vida de otros que supuestamente no nos ven, un voyerismo consensuado. Una convención un poco perversa porque sabemos que los actores saben que los observamos y además lo ansían. De eso depende su trabajo, su éxito, su fama, también su vida como actores, son para ser vistos, que si no…

EL RITO Y LA ESCENA

El teatro surgió como parte escindida de un rito religioso, aquel que nos recordaba la pasión y muerte de un semi-dios, un mestizo hijo de humana y de una divinidad encarnada en ese hijo, para que la humanidad pueda redimirse de sus imperfecciones y alcanzar la trascendencia. Ese drama simbólico alcanzó tal importancia social que se desgajó del rito y se transformó en una representación autónoma que nos permitió reconocer nuestros pequeños conflictos cotidianos y recordarnos nuestra mortal condición, frágil y vulnerable, pero al mismo tiempo noble y magnífica. 

Recuerdo, representación y reconocimiento, tres “re” que alimentan nuestra conciencia. Re-cuerdo, que significa volver a colocar en el corazón; re-presentar, es decir volver a hacer presente y finalmente re-conocer, conocer de nuevo quienes somos. Una tríada de la conciencia del ser, que después el cristianismo formularía (basándose en la religión hindú) en el gesto de santiguarse: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

¡Qué significativa e importante cuna tiene el arte escénico!

Ir al teatro significa asomarse a una ventana invisible, que es al mismo tiempo asomarse a una realidad ajena y a un espejo que nos devuelve la imagen de lo que somos, pero transfigurada por el conflicto, la acción y la belleza. Así podemos comprender mejor la circunstancia en que nos encontramos. No es casual que los grandes teatros griegos estuvieran construidos en los santuarios a los que se iba en busca de salud, mental y física. En una receta médica griega se incluían sesiones de teatro. La catarsis que el espectáculo teatral debía producir, era una forma de purgar el alma de sus impurezas y dejarla armónica para comprender mejor los problemas de la vida. 

¿Cumple hoy el teatro con tan importante misión? Las formas de la catarsis se han multiplicado, (el cine, los mega-conciertos, el fútbol), pero la experiencia de la representación en vivo sigue poseyendo mucha de la fuerza que tuvo en sus comienzos. En el mejor de los casos. 

La ventana invisible, llamada por los maestros de actuación, Cuarta Pared, sigue siendo una convención en la que fácilmente nos enganchamos al entrar a la sala. Nos acomodamos para presenciar los chascarros ajenos o sus dramas, de los que estamos protegidos por la colectiva oscuridad de la platea y el anonimato que ella nos permite. Pero en nuestro fuero interno lo que ocurre en el escenario se instala a preguntarnos: ¿Y cómo andamos por casa? Entonces surge la identificación, el re-conocimiento que nos lleva a asumir que hemos ido a ver el espectáculo porque buscamos en él una respuesta al desasosiego constante de nuestra alma.

Los griegos, con alto grado de conciencia del fenómeno, incluían como parte importante de la escena al coro, es decir la encarnación simbólica del pueblo, de los propios espectadores, cuya voz colectiva comentaba emocionalmente la acción.

En períodos posteriores el coro fue desapareciendo en la medida que los personajes ya no eran de origen socialmente tan elevado y comenzaban a compartir más directamente la condición de los espectadores. Al hacerse invisible el coro, la relación de los espectadores con los personajes no tuvo intermediarios. Esto se fue acentuando hasta culminar en el siglo XIX, en el que la cuarta pared se transformó en convención inamovible, acentuada por las candilejas, esas luces que surgían al borde inferior del escenario para privilegiar su iluminación por sobre la del resto de la sala.

LA VENTANA SIMBÓLICA

Quien tuvo el gesto de explicitar creativamente el fenómeno fue el poeta y dramaturgo simbolista belga Maurice Maeterlinck (1862-1948), de familia flamenca, pero de lengua francesa y que está hoy un poco pasado de moda, justamente porque los símbolos parecen importar bastante menos en tiempos de resultados inmediatos y contundentes como los actuales.

Aprovechando una característica de la arquitectura de los Países Bajos, los grandes ventanales que intentan captar la mezquina luz solar de la región, Maeterlinck creó un drama que está mediatizado por un espectador-actor separado de los demás personajes. En su obra “Interior” (1894) la mayor parte de la acción la vemos a través de una gran ventana puesta en el escenario y que permite observar el salón de un hogar. Desde el exterior un personaje viene a golpear la puerta de esa casa, pero no se atreve a hacerlo por ser portador de una noticia terrible: en un accidente ha muerto la hija de la familia. Entonces se queda observando la vida doméstica de ese hogar que será destrozado cuando se enteren de lo sucedido. La ventana adquiere carácter de símbolo del ojo consciente de la realidad. El comentario de las acciones parece una proyección de los propios espectadores que asisten a la representación, un resabio del coro griego. ¿Tal vez el fantasma de la hija del texto de Maeterlinck?

Los espectadores no podremos escuchar una palabra de lo que dicen los personajes del otro lado de los vidrios, pero su gestualidad será lo suficientemente elocuente como para entender lo que les sucede. Una vuelta al lenguaje más antiguo de la humanidad, el del gesto, que todavía no desaparece de nuestro repertorio expresivo y que el cine ha recuperado para la modernidad.

Un montaje de “Interior” fue presentado en Chile gracias a Teatro a Mil, en versión de la compañía Vanishing Point, originaria de Glasgow, Escocia, donde las ventanas también son muy grandes y por la misma razón que en Bélgica. 

D. VERA-MEIGGS.

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