ESCARBACIONES. LA ACTUACION DEL OLVIDO Y LA MEMORIA PRETERIDA. LA CURIOSA FORMA QUE TIENE DE RECORDAR LA MEMORIA INSUMISA. Una forma de memoria de los sentidos.

“Y pues representaciones, es aquesta vida toda” Pedro Calderón de la Barca

Una curiosa forma que tiene de recordar la memoria, es la de escarbar en los rasgos, en los trazos, en las heridas, en los restos y desde ahí, reconstruir, desde los sentidos, una memoria. Una “memoria de los sentidos”. Una memoria que mana, emerge, surge, que está en el cuerpo presente que hubo de haber estado. Una memoria que brota en forma de puesta en escena; más bien “re-puesta en escena”, pues se trata de “re-cordar”, de rememorar, de “re- mentar”. Es en esa “re-puesta en escena” cuando todo vuelve a re-acontecer como recuerdo, como memoria. Re-acontecer que requiere, como mediador de la memoria, como mediador del recuerdo, del cuerpo, de un cuerpo, pero además de la voluntad de ese sujeto rememorante sintiente.

El proceso de construir memoria, recuerdo, no es simple, es complejo, es un inextricable proceso donde se escarba en el ayer en busca de un punto de encuentro donde se expresa la memoria. Cabe considerar, eso sí, que esta expresión, esta representación no es ni ha sido aséptica ni libre de segundas intenciones, tras ella siempre habrá una circunstancia volitiva -Ese “yo y mis circunstancias” que mentara Unamuno-. Además, cualquiera que sea la memorabilia, es una acción política del Yo que reclama su espacio en la historia a través de su representación corpórea -cuerpo- pone en diálogo su yo con el mundo dialéctica o conflictivamente, definiéndose como ser espacio temporalmente ubicado, vale decir como un yo definido históricamente. Tal vez lo dicho pueda distinguirse como un enunciado apofántico, pero me parece que en lo que se expresa a continuación puede demostrarse la asertividad del juicio predicativo implícito.

En efecto, representar la memoria, recordar, es un proceso de ideación de la representación del mundo objetivo y subjetivo de un objeto o sujeto que se manifiesta expresivamente, recurriendo a una suerte de materialidad corpórea, reivindica la voluntad del sujeto rememorante; ya que en el itinerario de todo proceso reflexivo y analítico para abordar la objetuación expresiva corporal del mundo actuante – objetivo- o, el cuerpo sintiente -subjetivo- está, inequívocamente, presente la acción de la voluntad.

Ahora bien, y allegándonos a lo que no traído aquí; Excavaciones, es un proyecto artístico escénico del videasta escritor y dramaturgo Alejandro Moreno constituido por tres propuestas, que bien podriamos decir se allegan a una estética – y también ética-, de la “concordia discors”, a saber: Una instalación, una propuesta escénica teatral Excavaciones y el film Un espectáculo sin show. Todas ellas correlacionadas por la presencia del mismo objeto de memoria, el antiguo Teatro Windsor de Chañaral. Un objeto de memoria transubstanciado que se pone en escena como acto ontológico. Atractivo e interesante proyecto escénico narrativo que frisa en lo liminal, no definiendo –con claridad- la distinción ontológica de su género simbólico expresivo o narrativo constituyéndose como “cosa en sí”, en una quimera.

En estas expresiones performáticas, Alejandro Moreno, nos propone mediante una deconstrucción del sujeto -u objeto de memoria-, una fenomenología de la memoria o más bien una ontología del recuerdo preterido, de los “no lugares” en clave augeana; de las “no cosas”, al decir de Byung- Chul Han; del recuerdo o la memoria “liquida”, según menta Bauman.

Como acotáramos más arriba, la representación del sujeto u objeto de memoria no sólo es la representación del conocimiento de un mundo, sino también es la representación del conocimiento de mí mismo y de mi Voluntad. La razón permite el conocimiento del mundo y de sí mismo; vale decir, una cierta homeostasis que deviene de la expresión de la voluntad exteriorizada en la representación de ambos mundos.

Cualquiera que sea la representación de estos mundos, esta representación es una acción política de un Yo que reclama su espacio en la historia a través de la representación del cuerpo –de su cuerpo-, y lo pone en diálogo con el mundo dialéctica o conflictivamente, definiéndolo con un espacio temporalmente ubicado; vale decir, como un ser o Yo definido históricamente.

Aunque el siguiente enunciado parezca un axioma godeliano, cabe acotar que la representación del cuerpo -de ese cuerpo- está mediada por la representación del mundo y la representación del mundo es mediada, por cierto, por el cuerpo. Dentro del mundo de los fenómenos representativos, el cuerpo es un fenómeno privilegiado, y el privilegio consiste en su inmediatez. En palabras de Schopenhauer: “El cuerpo -el objeto de memoria para nosotros- es inmediatamente conocido, es objeto inmediato”… “El cuerpo mismo no es otra cosa que la voluntad objetivada”, es reificación de esa voluntad. El cuerpo, es el mediador para el conocimiento del mundo y para su representación.

En un mundo de sentidos “Solo hay mundo donde hay lenguaje”, apunta Heidegger; ergo, para construir ese mundo, se debe establecer, crear, un lenguaje. Un lenguaje, una lengua, que no necesitará de nexos que subordinen un juicio a otro, que estructuren relaciones casuales entre dos o más ideas, que elaboren un arduo proceso de razonamiento desde una hipótesis inicial hasta una impecable demostración final.

Ahora bien, en tanto y en cuanto somos personas, la memoria es particular y, responde al establecimiento, en el “mundo de la vida”, de quien los invoca. Toda vez que, la manifestación representativa de esa memoria, de esos recuerdos, ineluctablemente serán particulares y satisfarán a la voluntad previa de ese yo, que se despliega determinado por un cuerpo –histórico- contenedor de esos recuerdos, de esa memoria. En razón de ello, puesto que obedece a esa voluntad, la memoria es esencia insumisa.

Recordar, hacer memoria, es mentar, es construcción de relato. Construir memoria es construir texto. Es generar habla, crear palabra, discurso y si esto ocurre en una escritura trabada por la lógica de la razón, este deseo de memoria sucumbiría. Su lógica del recordar, de la memoria, es otra: tan sólo quiere acontecer, y para ello necesita de una escritura que lo muestre tal como es: en su intermitencia, en su imprevisibilidad, en su rareza, graficada en un uso que puede parecer, a primera vista, excesivo de los puntos suspensivos.

Conceptual y doctrinariamente, el recuerdo, la memoria transubstanciada -una suerte de “aparición-desaparición”- no es más que voluntad “objetivada”, voluntad representada. Esto es “hecha objeto” –cuerpo- para el conocimiento propio o del otro u otros. De ahí que, históricamente, el cuerpo – la memoria, el recuerdo- también funja como el territorio de la subversión de disputas de categorías dominantes.

Al representar un cuerpo no se está presentando el cuerpo en sí. El cuerpo, lenguaje mediante, solo cumple la función de significante, el significado lo expresa la forma de representación del verdadero “en sí”. Esa representación del cuerpo es la representación de su voluntad aceptada o conculcada, agredida o acariciada, anhelada o declinada. Al representar un cuerpo en cualquiera de sus formas de uso, se reivindica la representación de este “en sí”.

Toda reivindicación es expresión de un deseo y todo deseo es siempre manifestación de carencia, ausencia de algo. La creación de una entidad virtual de memoria supone un agujero en lo real, una representación sustitutiva que señala de manera aún más acusada el estado carencial. Y no sólo del mundo que nos rodea, sino de nosotros mismos.

Rescatar una memoria preterida requiere habitar tanto en un espacio actual y efectivo como en un espacio virtual, requiere de un soporte ontológico que no se presente en un plano de trascendencia sino, por el contrario, en un fondo de inmanencia. Rememorar, recordar es un acto volitivo, es acción de la voluntad, manifestación del yo. Representar esa memoria también. Jean Hytier, anotó “El teatro es una metafísica de la voluntad”, es una metafísica de la voluntad reivindicatoria, emancipadora. El teatro es el lugar de emancipación de la voz,

el lugar de la palabra escrita para ser hablada, el lugar de los juegos de habla y, como todo juego de habla, lugar del deseo y la voluntad. Donde un texto, una deconstrucción, rendición y reconstrucción de un componente oral, un collage de letras y palabras, constituyen este juego de habla, esta emancipación de la palabra.

Toda representación, material o virtual, es dramaturgia. Toda dramaturgia es un juego de habla hecho presente por los personajes. Toda representación es dramaturgia del recuerdo, es palabra escrita para ser hablada. Es texto, es palabra escrita para ser representada.

Cabe entonces esperar, que sea el propio texto el que nos hable de sí mismo, que sea el propio texto que nos genere el modelo que nos permita su comprensión. Este modelo está inscrito en la propia no constitución de la estructura del texto, entonces, habría que otorgarle también la palabra.

Moreno, al usar la palabra, el hablar, como instrumento de deseo, de voluntad de memoria, hace suyo el precepto derridanio que acerca a la memoria como reapropiación sin residuos, consumada, consumida, del pasado. La memoria no lo es de un pasado que ha sido presente, sino de un porvenir que viene continuamente. Vale decir, siguiendo con Derrida, “una suerte de aporía del olvido”.

El objeto reconstruido, en la propuesta escénica de Moreno, es el Teatro Windsor en su versión maqueta. La cual, como dispositivo escénico, acoge a actores y textos, que reconstruyen las historias de personas y personajes que lindan en los márgenes de la cordura, que limitan en los márgenes de la muerte y la vida. Pero también, presenta un texto que actúa como pre-texto. En efecto, en su propuesta textual, aprovecha un discurso del actor y director de teatro Andrés Pérez, el cual es creado en base a la deconstrucción de un monólogo, el que ahora funge como motivo narrativo – “suceso detonante”-, o eje narrativo en Excavaciones o la performance del rescate de los 33 mineros en la película Un espectáculo sin show.

Ahora bien, construir un objeto de memoria es más bien, reconstruir una realidad presente, es indagar, escarbar, en un residual de memoria objetivo, y para ello, como lo dice Bordieau, el “construir un objeto –relato o discurso de memoria-, supone romper con el sentido común, es decir, con lo preconstruido” puesto que el autor, en tanto ser un ser social, se encuentra muy embebido de presupuestos. Y en ello hay mucho de razón y verdad, bien decía Ortega y Gasset, “Nada hay tan ilícito como empequeñecer el mundo por medio de nuestras manías y cegueras, disminuir la realidad, suprimir imaginariamente pedazos de lo que es.”.

De ahí que, como lo acota Bourdieu – y aplica Moreno-, la construcción de un imaginario expresivo devenido en relato, amerita, o implica, romper con el

sentido común o las formas determinadas por el canon, incluso con la realidad presente y actual. Qué duda cabe entonces que – sin hacer un esfuerzo hermenéutico para comprender- quien “reciba el habla” de las propuestas dramatúrgicas de Moreno sea un espectador avisado, inquieto y de pensamiento crítico. Lo cual no priva que estas se dejen ver por todo público, dado su carácter de espectáculo escénico con un satírico humor negro.

La memoria repugna el carácter de preterida, es en sí insumisa, y concurre a una curiosa forma de recordar: la memoria de los sentidos. Razón tiene Heidegger cuando -haciendo una distinción entre lo líquido y lo sólido, entre lo permanente y lo transitivo- anota que la “memoria es la madre de las musas, es el recuerdo de lo que ha de pensarse, la fuente de donde mana el poetizar. Por ello la poesía es agua que corre hacia atrás, hacia la fuente, hacia el pensamiento como memoria pensante”. Con ello abre la puerta a la idea de que Poetizar es hacer memoria. La memoria piensa en lo pensado y, en consecuencia, “el olvido es el horizonte, el fondo o el suelo sobre el que puede alzarse el recuerdo, y no un mero accidente sobrevenido a una memoria plena.”

Tal vez así sea, de lo que no cabe duda es que Alejandro Moreno es un adelantado, propone una retórica discursiva en sus propuestas escénica hablada, con una tenacidad intelectual estética y ética poco acostumbrada en la escena nacional; en ella no hay nada casual , o consecuencia de un “por si acaso”. Por ello se allega a un aporético objeto de la memoria y apuesta a la deconstrucción de una memoria derrumbada, a un objeto de memoria transubstanciado – el edificio del Teatro Windsor devenido en maqueta y dispositivo escénico contenedor de la retórica teatral de un discurso-, o más bien, de la enunciación de una fenomenología de la memoria, de una ontología del recuerdo, de la no cosas, de los no lugares, en el concepto de Marc Auge o de Byung-Chul Han. Un proyecto escénico dramatúrgico que frisa la liminalidad genérica, no definiendo la distinción de su género expresivo narrativo constituyéndose en una quimera, en poesía, en un poema escénico.

Por último, y para cerrar, me remito al pensar de Umberto Eco, que define muy bien el perfil de Alejandro Moreno; cuando expresa: “Un intelectual es alguien que produce nuevos conocimientos haciendo uso de su creatividad. […] La creatividad crítica —el espíritu crítico para analizar lo que hacemos o inventar formas mejores de hacerlo— es la única vara para medir la actividad intelectual.”

Por: Daniel Omar Begha. Crítico y Academico.

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