EL GÉNERO DEL MAL: yo amo los perros

Cuando arriba del escenario se incluye la expresión: “yo te enseñé a ser persona”, como premisa de una historia, dirigida con rabia y enojo a un perro, ello debería ser suficiente para conformar una obra con todas las implicancias que el caso pueda poseer. Pero hay ocasiones en que se pierde o confunde a quien dirigir la frase.


El soporte del conflicto radica en el enfoque que el autor Guillermo Alfaro Álvarez, imprime a la pieza teatral. Conflicto interno y externo de una dramaturgia que fractura la obra impidiéndole un mejor entendimiento al tratamiento de la fábula que quiso darle el autor: por enfatizar aspectos formales y superficiales, por sobre los soportes internos que permiten la existencia global al personaje.
Cuando se tiende en exceso a metaforizar un tema, ya sea por pudor, autocensura, demasiado presente los acontecimientos, etc, etc; se adelgaza en demasía la excusa dramática y se pierden los referentes y el resultado lo traslada a un lugar desconocido, donde no logra aferrarse ni establecer un sólido cimiento ni una realidad nueva
La obra Yo Amo los Perros, estrenada en Taller Siglo XX; toma entre manos un excelente tema, pero en esta versión carece de una dirección para elegir un punto de vista claro y así, por consecuencia, lograr una narrativa sólida que abarque la totalidad del tema y del personaje involucrado. Ser Ingrid Olderock en este país, que ocupa una parte importante en la historia reciente de atropellos, torturas y violaciones que se vivieron en dictadura y, siendo ella es uno de sus exponentes más salvajes, por la frialdad y metodología que usaba para torturar, tiene múltiples pliegues de su vida a explorar. Los testimonios cuentan que entrenaba a perros de pelea para que estos torturaran a los prisioneros.
La historia se basó en una investigación en torno a la oficial de carabineros Ingrid Olderock y que la compañía de teatro “La Bicibomba” propone al personaje fuera de la institución y posterior al atentado que sufrió. Tan solo vive acompañada de su perro Volodia, con el cual antaño cometió los más horrorosos vejámenes y crímenes, repasando las decisiones y acciones del pasado.
Estando ambos seres encerrados en una casona deteriorada por el paso de los años, no les queda más destino que ladrarse la frustración y personalidad que poseen. Ella no conoce otro sistema más que gritar órdenes, y él tan solo acatar. Esta forma de comunicación logra secuencias violentas que elevan la temperatura y presión ambiental de la diégesis, para que la audiencia experimente una cercanía en esos momentos atroces en que estaban inmersas sus existencias.
Entonces, decirle a un perro que es persona y no animal, es quitarle la dignidad. La dignidad de raza, de género, de identidad y, lo que es peor, al humanizarlo lo niegan. Otorgarle rasgos y cualidades humanas a un animal, es equivocar el punto de vista porque se nublan las prioridades. Ceguera experimentada por la protagonista- personaje que se distrae en formalidades.
El elenco integrado por la actriz Valeria Salomé Martínez y el actor Roberto Pavez, al dar vida con seguridad y solvencia a los genotipos ficticios, toman distancia prudente de los referentes reales, y circulan por escena como fotocopias cercanas al panfleto, debido a una dramaturgia que opta por trazos gruesos para presentar las motivaciones del personaje principal, logrando una pieza intensa, agresiva, que golpea la sensibilidad de los espectadores.
FICHA ARTÍSTICA: obra: “Yo Amo a los Perros”. Director y Dramaturgia: Guillermo Alfaro Álvarez. Elenco: Valeria Salomé Martínez y Roberto Pavez
Escenógrafo: Francisco Araya. Música: Ángel Solovera. Diseño Gráfico: Lorena Pérez. Comunicaciones: Bárbara Fuentes. Compañía: La Bicibomba

Editor: Guillermo Pallacán R.

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